El tiempo igual al espacio-cielo.

Y ella esperaba ahí, sentada.
Algunos dicen que esperar es perder el tiempo, pero Ayra sabía que esta vez no sería así.

La luna como siempre, cuidando su cabello... ¿rizos?, ¿porque no?, el viento golpeaba con fuerza las montañas, aquellas figuras enormes con forma de gigantes que esconden el sol al amanecer; pero no, no había nadie más allí.  
Se escuchó un fuerte rugido proveniente del norte, el cabello de Ayra flotaba con energía, parecía que cobraba vida jadeante en las manos de un fiel admirador... entonces pasó, se detuvo el tiempo.
Ayra miró el cielo, miró estrellas, muchas de ellas brillaban con intensidad, pero... posiblemente muchas de ellas hoy ya no existen, ¡que curiosa es la relatividad! -pensó Ayra.

- ¿Que haces?- preguntó él viento.
- Espero - dijo Ayra.
- ¿Que no ves que tu espera es en vano? - susurró el viento.
- Espero porque quiero, y puedo. Espero porque a veces esperar es la única esperanza. Espero porque confío, porque creo, espero, porque hoy, eso me hace bien.
- El amor no se espera Ayra, ¿o es que acaso llega al alba entre rayos de sol, cantos de gallina y gritos de mula?. 

Un fuerte viento casi hace caer a Ayra de aquel risco... entonces el tiempo siguió su curso, se escuchó de nuevo los grillos cantar, el ritmo musical de aquel río que bordeaba el sur de la montaña reavivó.



La noche era negra, completamente negra, la luna grande y brillante. Sus ojos brillaban en la estela de luz que abrigaba la risa de una mujer que no duerme, que solo piensa que la distancia no es más, que la distancia no es menos, que la distancia no es nada, para un gran amor que sabe esperar, que quiere esperar y que puede esperar un tiempo, un instante, un infinito... lo que sea necesario en vida.

El amor no es espera, el amor se vive, y ella lo vive cada noche que el tiempo se detiene, cada vez que mira hacia arriba y ve las estrellas, ese cielo que seguramente él, en algún lugar del mundo, también puede ver con las mismas ganas, con las misma intensidad y el mismo amor... coincidir en vida, no en cuerpos.

Al fondo de aquella noche, Ayra sonreía tiernamente.

Jorge Gauna
Simples Palabras

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