La Mujer y su Casona


Perdonar y Perdonarse a sí mismo son cosas distintas. 

Una mujer vivía a las afueras de un reino, en su casa a un lado del gran lago. Ella secaba sus ropas con un viejo cordón de púas que se había encontrado tirado cerca del camino sinuoso que llevaba a las viejas casonas del rey. Seguramente sirvió de barricada hacía muchos años atrás en la época de la  guerra medieval, pero hoy, ese cordón figuraba en la entrada de la casa y aquel patio hechizo a base de piedras supuestas en orden formando una casi perfecta barda perimetral.

La mujer, en sus cabales y llena de energía prefería la soledad y comía de los frutos que sembraba en su jardín. Por las tardes solía calentar agua y dejaba escapar humeante una llamarada de humo que llenaba la chimenea con alegre estupor.

Reía, se le veía feliz.

Un mal día el príncipe (hijo del Rey) fue alcanzado por una fuerte tormenta fuera del reino antes del atardecer, en su afán de protegerse entró en la vieja casona de la mujer y buscó un techo para descansar. Aquella mujer, al verle entrar y reconocerle le ofreció un poco de agua, pan y una cobija para pasar la noche.
A primera hora de la mañana siguiente llegó un contingente de centinelas para acompañar al príncipe de regreso al reino. Él agradeció la hospitalidad y volvió a casa.

Días después de aquella tormenta el Rey se encaminó a la casona de la mujer; llevaba consigo un costal de monedas de oro, gallinas y otros animales de granja. Su alegría se convirtió en sorpresa cuando al llegar a aquella casa descubrió que ya no estaba la mujer. En su alcoba, una nota decía con letra manuscrita y legible:

"Fui cortés con él, porqué desde hace muchos años me perdoné; no es lo mismo hacia ti. He visto a mi hijo por última vez, no necesito estar más tiempo aquí".

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Simples Palabras
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